Tránsito tímido

martes, septiembre 06, 2011

El siguiente post es en realidad una versión recauchutada del guión para el stand-up de Patricia que iba a hacer para demostrarle a todos de que las mujeres podemos a veces ser graciosas. La consigna era "Lo que importa es lo de adentro" y, al escucharla, me pregunté a mí misma: "¿Qué tengo adentro?". La primera cosa que se me ocurrió como respuesta fue caca. Así que here goes.

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Hola me llamo Tefa, tengo 27 años y no puedo cagar en baños ajenos. Es cierto y mucho más común de los que ustedes creen. Confieso que muchas veces he tenido que hacerlo, pero siempre lo evito, digamos que como a la plaga. Bah, con la diferencia que a la plaga sí la pude evitar toda mi vida.

Es que hay tantas cosas que pueden salir mal en un baño ajeno. Por ejemplo, y aunque no lo crean, hay gente que no guarda el papel higiénico en el baño.

Vuelven del súper y piensan "Che, ¿dónde pongo el papel? ¡Ya sé! En la cocina". Mi viejo, por ejemplo, es uno de ellos. Y después uno va y lo primero que hace -bua, lo primero que hago- es visualizar el rollo de papel en uso y estimar si dará o no dará. Pero uno a veces estima mal. Y se mete en los placarcitos y nada. Se mete debajo de la pileta y nada. Y al día siguiente el dueño de casa descubre que le falta una toalla.

Es horrible, en serio, saber que te puede pasar eso. También es horrible cuando el baño queda AL LADO del living. O AL LADO del cuarto. O AL LADO de la cocina. ¿Y qué hay de la evidencia? ¿Nunca les pasó de sacar un demonio de adentro y después de tirar la cadena hay residuos del muy hijo de puta que no se quiere ir? A ver, intelectualoides... ¿cuál es la etiqueta social EN ESOS casos? ¿Darle color al cepillito al lado? ¿Meter mano con papel hasta que ni un loco de CSI pueda encontrar rastros?

Ustedes pensarán que no es tan grave, que estoy exagerando. Bueno, no. Hace poco tenía un novio que vive en Maldonado y yo vivo en Montevideo. Entonces, desde muy temprano en nuestra relación, me pasó de tener que pernoctar en su casa durante fines de semana enteros, causándome los casos de estreñimiento más graves de mi vida. Pero hubo un par de fatídicas veces en que, simplemente, no zafé.

Una vez me llevó a cenar pasta a un restaurante muy pituco. Estábamos en el postre cuando le digo 'me duele la panza'. Como todas sabrán, 'me duele la panza' es sinónimo de 'tengo un demonio dentro de mí y necesito una exorcismo wáter-closeteril'. Se sabe. En ese entonces él estaba viviendo con un amigo en un apartamento con un solo baño. Y entonces, ante el pánico, hice lo único que cualquier mujer respetable y que se precie de sí misma haría: le pedí que me llevara al Conrad. Y él se jugó unos pesitos en el casino mientras yo me encargaba del mal dentro mío.

Para muchos, un hotel de lujo. Para mí, un wáter gigante.

En otra ocasión, nos fuimos a dormir y me empezaron los 'me duele la panza' pero exacerbados a la enésima potencia. No me podía dormir. Y me di cuenta que la cuestión era grave, que no iba a aguantar todo el fin de semana. Resignada, me levanté, me vestí, salí del cuarto y entré al baño.

Ahora, hay tres frases que se me destacan en la mente sobre el baño ese: la primera, 'adyacente al cuarto'. La segunda, 'potencialmente tapable como wáter de hotel paraguayo'. Y la tercera, 'retumbable'. En el sentido de que todo retumbaba. Doblaba del dolor de estómago, tomé coraje, me bajé los pantalones y me senté sobre mi amigo closet. Ni me dio el tiempo de sentir alivio estomacal antes de... ¿cómo digo esto sin dejar la finesa que tan bien me caracteriza?

Bueno, no sé, antes de tirarme terrible pedo.

Cerré el culo de inmediato. Me puse bordó y lo más probable es que me haya puesto a llorar. Pude depositar algo, pero en seguida me inhibí y todo intento sucesivo fue fútil. Pensaba en mi ex, en el cuarto de al lado, que se despierta con cualquier ruido. Pensaba en el amigo de mi ex, en el otro cuarto, que recién se había ido a dormir. Me imaginaba a mi ex con sus amigos en un asado comentando 'la vez en que la novia de aquel había entrado al baño con una vuvuzuela'. No podía seguir con esto. No podía.

Limpieza mediante, me digné a aguantarme todo el fin de semana y dormir como pudiera. Sólo que claro, mi cuerpo no estaba cooperando. A la hora, los 'me duele la panza' llegaron a niveles nunca antes visto. Solo había una cosa que podía hacer. Me digné a levantarme, vestirme, ponerme zapatos y buscar las llaves del auto. Tenía que ir al Conrad.

Pero las llaves no estaban por ningún lado. Adentro de la cartera, atrás del sofá, sobre la mesa, adentro de la heladera, en mis bolsillos, en la ducha, busqué en todos lados donde había dejado llaves anteriormente. Y mientras, mis entrañas me hacían huelga y me doblaba del dolor y mi desesperación se elevaba a niveles nunca antes vistos. Así que tomé coraje, fui al cuarto e hice lo único que podía hacer: desperté a mi ex y le pregunte dónde carajo había dejado las llaves del orto.

Mi ex, dormido, se levantó y las empezó a buscar. Y no las encontró. Evidentemente, no tuvo mejor idea que despertar al amigo a las 3 de la mañana de un miércoles para ver si él tenía idea de donde estaban. Él tampoco sabía. Al final estaban sobre la mesa del comedor, por lo que me supongo que se habían convertido en invisibles durante mi búsqueda. Mi ex las vio, me las entregó y empezó a caminar hacia el cuarto mientras yo abría la puerta.

Y, en una, detuvo su paso y lentamente se dio vuelta. Me miró con un ojo abierto y el otro cerrado. Despacito fue cobrando un poco de sentido mientras yo lo miraba con terror en mis ojos.

"¿A dónde vas?"

Lo fácil hubiese sido decirle la verdad, ya sé. Pero a esta altura, estaba petrificada de la vergüenza y no se me ocurrió nada mejor que decirle: "Confiá en mí, ya vuelvo" e irme.

"Confiá en mi, ya vuelvo". Posta. Como si fuese la mujer maravilla y me hubiesen llamado al celular implorando que fuera a salvar al mundo o algo.

Llegué al Conrad y pude llegar a su baño y durante 2 minutos fui la persona más feliz del mundo. Pero sólo duró 2 minutos porque, en el medio de mi felicidad, empezó a sonar el celular. Era mi ex. Ahora, me encontraba en otra disyuntiva. O atendía y todo el baño se enteraba de que estaba cagando en ese establecimiento por mis serios problemas mentales o ignoraba las llamadas y dejaba que mi novio se preocupara sobre la seguridad de la mujer maravilla. Obviamente, elegí la segunda. Intenté enviarle un SMS pero no lograba enviarlo. Aparentemente, la recepción en aquel baño era sólo para llamadas.

Al final lo apagué y me dispuse a continuar. Pero no podía. El celular me había cortado la inspiración y encima una brasilera estaba tirándose pedos en el baño al lado del mío. Limpieza mediante -nuevamente- salí del baño y volví al auto. En ese momento me cayeron más o menos 10 mensajes de texto de mi ex. ¿Dónde estás? ¿A dónde te fuiste? ¿Estás bien? ¿Te enojaste conmigo? Decime dónde estás y te voy a buscar. Por favor, ¿dónde estás? Y el último, muestra de su amor hacia mí: "Pedazo de pelotuda, no me digas que te fuiste a cagar al Conrad".

Volví y él estaba acostado. Me desvestí y me metí en la cama, intentando hacer lo imposible para evitar todo el suceso. Y ahí, mientras cruzaba los dedos mentalmente y mi estómago me pedía las gracias, mi ex me dijo: "¿Dónde estabas?"

"En el Conrad".

"¿Cagando?"

"Sí".

"No me mientas. ¿Tenés otro?"

"¿Otro? ¿Otro qué?"

"¿Estabas con otro?"

Y me reí. Fui re mala y me reí. Y esa fue mi primera pelea con mi ex, causada por mi peculiar trauma y demostrándome que, muchas veces, lo que uno tiene adentro apesta.
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