Sex and the Tortellini: Las tareas familiares

martes, noviembre 28, 2006

Ah, el ambiente laboral. Tan nuevo, tan ameno, un escape a la realidad más allá de la realidad que, en realidad, es una realidad realmente muy real. Sin embargo, mis estudios han encontrado una faceta fascinante a este ambiente: su dinámica con los demás círculos en los cuales se mueve el ser humano. Uno trabaja, sí, pero también cuenta con una familia, con los amigos, con lo que en la época liceal llamábamos 'actividades extracurriculares' y, los más tristes, con la facultad.

Tú, humano servil, que piensas unirte a las fuerzas laborales de este país por unos cuantos pesos que no te van a dar a fin de mes; tú, hermana, que tienes seis horas libres por día para dormir la siesta y cuyos padres urgen para que 'hagas algo con tu vida porque mirá nena que no vas a vivir en casa todos los días que dónde creés que te criaste nena'; tú, hermano de pelo rubio agua-oxigenada, que has visto la luz y quieres comprarte unas bases nuevas de forma honesta; tú, camarada festejante, que buscas ser parte del proletariado fashion del sector privado... pon atención a los siguientes consejos (a la pucha que la palabra urgir suena fea). Catatonias ofrece unos meros ejemplos, explayados en varios capítulos, de casos que recuentan lo sucedido a compatriotas promedio una vez que empezaron a trabajar.


Caso práctico número 1 (uno): La familia

En aquellas épocas anteriores al empezar a laburar, la familia siempre ha podido depender de uno para actividades varias. Una vez que uno efectivamente empieza a trabajar, esto cambia: indefectiblemente, madres, padres, hermanos, hermanas, tíos, primos y abuelos comienzan a pedirte más cosas.

"Nena, mañana tenés que ir al trabajo temprano porque necesito que de tarde me vayas a comprar fiambre, que me pagues las cuentas en el abitá, que me lleves al perro al psicólogo y que me saltes en una pata". Palabras conocidas por el laburante promedio que aún tiene la desgracia de vivir con los padres, quien atónito a lo sugerido, pregunta con car
a de monja viendo 'Y tu mamá también': "... pero... yo cumplo un horario de 11 a 5... no creo que mi jefe me deje con tan poca antelación".

Error. No, no intenten explicarle al pariente las reglas básicas del trabajo, muy especialmente si aquel no lo hace. Van a tener que ir a comprar jamón al supermercado, van a tener que comerse media hora del cola para pagar las cuentas, van a tener que tomarle la mano al pobre perro mientras solloza al contar como los otros perros del barrio sólo quieren montárselo; no sólo eso, sino que van a tener que bancarse al pariente ofendido por cinco días hábiles, quien, ante semejante disparate que acaban de decir, alzará sus manos en alto y exclamará:


"¿¡Qué!? ¿¡Tu jefe!? ¡Por Dios nena, yo soy tu madre/padre/hermano/hermana/tío/tía/primo/prima/abuelo/abuela/etc!".


Y si se trata de un cónjuye... ay. Tomen mi consejo y hagan lo que hagan... hagan lo que se les pide. Al menos que realmente no puedan y, en ese caso, ayuden a una vieja a cruzar la calle durante el día en cuestión para asegurarse un lugar en el cielo. Uno nunca sabe.


Qué grande la flia, bo.

Sigamos. Rápidamente y sin titubear, piensen cuál es su puesto en su trabajo actual. Bárbaro. Ahora, piensen en un puesto dos rangos inferior en la jerarquía de la empresa. Para sus familiares, ese es su trabajo (si es que siquiera se acuerdan del puesto).

Veamos lo que descubrí en un impromptu focus group que organicé la semana pasada en el cumpleaños de mi primo mientras le echaba limón a la molleja que asó el tío: al menos que seas médico, las chances de que solamente tu hermanito de doce años conozca tu verdadero puesto son cercanas a nulas. Esto se repite con los amigos, tema candente que alguna vez quizás me dignaré a analizar si no me aburro antes.

La próxima vez que menciones que trabajás en Tata, no te sorprendas cuando te pregunten si sos gondolero. Y ya que estamos, qué bueno sería un supermercado donde en la entrada te den un barquito inflable y vayas remando a comprar el fiambre.

De elefantes, cisnes, pajaritos y lombrices

domingo, noviembre 19, 2006

El otro día estaba estudiando en casa cuando me colgué mirando por la ventana hacia el jardín. En seguida culpé a la puta resolana por el dolor de cabeza y a la falta de sol durante los fines de semana (en los cuales me despierto temprano) por mi palidez gótica, pero igual seguí mirando, porque ir encegueciendo de a poco por el reflejo del sol en la nubes era, es y siempre será, mil veces mejor que leer sobre el telégrafo. Y el que no esté de acuerdo es argentino porteño. O guachense. Qué odio, che, qué odio. Todo mal.

En eso, un pajarito de esos que tienen la manía de comerse los bichos en las piscinas, se postra sobre el cable de electricidad que atraviesa el jardín. Re lindo el pajarito, no era uno de esos marroncitos chiquitos que rompen las pelotas, sino uno de esos que son más lindos de mirar. No es que sea de fascinarme con los animales, ni eso... pero vamos, estaba estudiando para algo así como el sexto parcial en 7 días. El pajarraco deforme ya me provocaba el grado de fascinación que tendría por un cuadro de Dalí (el de los cisnes y los elefantes me vuela la cabeza, mal).


Sí. Todo un viaje, fierita. Zarpado.

Mi amigo el pajarito – lo llamé Paco, y todo lo que yo nombro es mi amigo – tenía un gusano en la boca, que supongo yo sería una variedad de lombriz criolla, porque nunca vi un gusano que no se pareciera a una lombriz en Uruguay. Obviamente, no soy de salir de camping. Algo de que no haya baños en el campo no me gusta. Tal vez sea el hecho de que no hay baños. O capaz que no hay baños y entonces no voy. En fin, irrelevante.

El tema es que Paco empieza a darle a la lombriz contra el cable de manera preocupante, como si el gusanito fuera un bate de béisbol y el cable George Bush. El pájaro le empieza a partir la cabeza (o la cola) a la lombriz contra el cable una y otra, y otra, y otra, y otra vez. Era impresionante. Mi primera reacción – que duró algo como dos segundos – fue ir y salvar a la pobre lombriz de su inexorable muerte. Pero vamos arriba, ¿quién soy yo para salvar a un gusano de su destino predeterminado? ¿Quién es la lombriz para que yo me levante del sillón, abra el ventanal hacia el jardín y salga despavorida con los brazos en alto gritando boludeces onda “¡no, Paco, pensá en los lombricitos!”? Nunca pintó.

Entonces me quedé sentada, hipnotizada ante la golpiza que recibía la pobre lombriz en mi propio jardín. Hasta que el pájaro se aburrió y se fue a comer el puré de gusano a algún lado donde tuviera más privacidad. Otro pajarito, exactamente igual al que llamé Paquín, voló y se postró en exactamente el mismo lugar. Sin embargo, este no tenía lombriz. Me aburrí y volví a estudiar.

Ahora, imagínense que el pájaro es el laburo, la facultad, la familia, algunos amigos, las deudas, la guita que falta a fin de mes, el gato que me causa alergia, capítulos viejos de Friends, juegos online de trivia y los top 10 de E! Entertainment. Bueno, ahora imagínense que la lombriz soy yo.

En cuanto me dejen de golpear contra el cable, vuelvo a escribir algo más coherente.
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