What a Wonderful World

jueves, enero 24, 2008

En tercero o cuarto de liceo tuvimos una clase que se llamaba Orientación Vocacional. Ah, Orientación Vocacional. Supongo que todo el mundo tuvo algo parecido en algún momento de sus vidas, ya sea en formato clase, visita al psicólogo o charla extraña con los padres que, ante la falta de carrera tradicionalmente seguida por la familia, intentan convencernos que Administración de Empresas sirve de algo (sin ánimos de ofender, claro; estudié Periodismo, no soy nadie para juzgar).

Recuerdo que Orientación Vocacional estaba buenísimo porque todo lo que hacías era llenar formularios y elegir entre a, b o c. A veces hasta había una d y todo. Créanlo o no, me encantan los tests y más me fascina rellenar formularios. Ante una separación dolorosa de índole amoroso, la mayoría de las mortales tienden a consumir grandes cantidades de helado y/o alcohol mientras miran películas pedorras y sus amigas les roban el celular para no poder llamar y/o mandar mensajes de texto una vez llegado al estado borroso que se desea. Algunas, inclusive, descubren lo que es estar a un paso del clearing después de pasarse una tarde comprándose ropa. Yo no. Yo me abro una cuenta paga en Tickle.

En fin, Orientación Vocacional también me encantaba. Me acuerdo que la última pregunta del último test tímidamente preguntaba: "¿Ya tienes una carrera elegida? ¿En ese caso, hacia cuál se inclinan tus moderadas sospechas tanteadoras que te hacen pensar que, quizás, ese sea el futuro a seguir?". Estoy parafraseando, pero más o menos era así. Yo quería ser arquitecta, psicóloga y actriz, pero mi amiga Mariale me había hablado sobre esta increíble nueva carrera escondida llamada Ciencias de la Comunicación donde podías escribir y filmar y, si tenías suerte, hablar por la radio. Sin dudarlo, tomé la lapicera negra y escribí, justo sobre la rayita negra: 'Comunicación'.

A fin de año te entregaban un sobrecito sellado con tu nombre y los resultados adentro. Sí, como leyeron, dirigido a tu persona. No a tus padres. Hasta te sentías grande y todo, como cuando venía Martinelli a cobrar y estaba tu nombre en la factura y te ponías todo contento (hasta que te dabas cuenta qué eran lo que estaban cobrando) o el mismo sentimiento que tener tu propia tarjeta de Blockbuster y prestársela a tus hermanos menores (hasta que un día ibas medio de canuto a alquilarte '10 cosas que odio sobre ti' sin que nadie te viera y te cobraban disparates por moras ajenas).

Adentro del sobre, tu futuro. Yo tenía 20/20 puntos en inclinaciones artísticas. Y 16/20 en inclinaciones persuasivas. ¡Salado! Nunca supe muy bien qué quería decir eso, pero, en la parte inferior de la hoja me sugerían que lo mío era la Comunicación. ¡Qué coincidencia!

Claro que nunca me dijeron qué cosa dentro de la Comunicación era lo mío pero no nos concentremos en nimiedades. Mi tema es que, realmente, a pasos de recibirme de Licenciada en Comunicación Social, me doy cuenta que esos tests me mintieron. Comunicación está bueno y me fue súper bien – por lo que obviamente me gusta – pero descubrí tres carreras muchísimo mejores.

Por ejemplo, podría estar a punto de recibirme de Gorda en Inglaterra. Cierto, es una carrera alternativa y aparentemente complementaria a alguna otra, pero siempre se puede vender cosas por e-bay y después recibir el bono del estado. Y si este sólo se resume a tickets alimentación, bueno... digamos que hay mercados negros para todo.

Si buscara algo más rentable podría estar a punto de recibirme de Idiota en el estado americano de Georgia. Aparentemente, lo único que necesito hacer es obtener resultados mediocres en exámenes y escritos como para que me consideren candidata a tomar clases de apoyo. Por cada hora de clase adicional, la escuela me paga ocho dólares. Luego de 15 semanas, si obtengo una calificación de B o más, me pagan un bono de 125 dólares. Según mis cálculos, necesito seis clases para llegar a ganar 18,000 pesos uruguayos sólo en bonos.

¿Les parece poco? Bueno, podría ser más ambiciosa y recibirme de Mesa de Sushi Humana en Los Ángeles. Básicamente, me saco la ropa, me acuesto sobre una tabla y me utilizan para apoyar el sushi. Acto seguido, los invitados a la fiesta toman el sushi sobre mi cuerpo y se lo comen, ignorando mi presencia. Al final de la noche, cobro mis 450 dólares por hora y me voy a mi casa. Cierto, tendría que estar en mejor forma que ahora para poder ser considerada, pero convengamos que si en el liceo me hubieran avisado que este trabajo existía, hubiese invertido los cuatro años de facultad en dietas y gimnasia.

Mepa que me curreraron un poquito. Y para que no les pase lo mismo a ustedes, confeccioné un pequeñísimo test vocacional que les dirá, exactamente, que tendrían que haber hecho ustedes con sus vidas. Vamos, háganlo. Se van a sorprender (o no. Y perdón por la falta de tildes, eñes, ¡s y ¿s. El sitio es gringo y los convertía en jeroglíficos.)

Nuevo template

sábado, enero 19, 2008

Como habrán notado, volví al posteo esporádico. Así que, cumpliendo con mi eterna promesa y aprovechando que continúa siendo principio de año - en Uruguay este periodo dura hasta marzo - por fin puse un nuevo template. Y es re lindo, ¿ta?

Muchas gracias a este sitio por las fuentes, a este otro por ser una herramienta invalorable y a mi amigazo Photoshop que sin él nada de esto hubiese sido posible. También a este sitio, de donde compré (sí, leyeron bien, compré) la imagen de las polaroids, a este template que me sirvió de base y, sobretodo, a mi maravillosa persona por animarse a hurgar en el código HTML de la plantilla (que de HTML no tiene un sorete, les diré).

Me habrá llevado horas, habré tenido que cambiar todo pequeño valor que veía para conocer qué mierda cambiaba eso, me habré frustrado con mil cosas pequeñísimas y en Internet Explorer la raya punteada aparece en el lugar incorrecto, pero valió la pena. Gracias... totales.

Epilogando

viernes, enero 11, 2008

Tengo una amiga cuyo mensaje personal de MSN dice lo siguiente: 'La esperanza es lo último que se pierde!! La esperanza es lo último que se pierde!!!'. Repetir un cliché – que siempre consideré muy cierto – y repartir cinco signos de exclamación de manera casi aleatoria entre las dos frases nunca sonó tan desesperado.

Supongo que todos tenemos esperanzas distintas. Y estoy segura que muchas son sumamente triviales. La desesperación de aferrarse a la esperanza es algo que, lamentablemente, conozco bastante bien. Por suerte, nunca fui decepcionada: siempre encontré un Plan B u otra puertita escondida que podía abrir. Y, en las más últimas, ahí donde se sabe que el destino está completamente fregado, siempre fui de intentar quedarme con el gusto amargo de encontrarle el lado positivo y aferrarme a eso, a un consuelo de tontos que nunca me falló.

Una de estas mañanas que recién pasaron, bajé semi-dormida de mi cuarto para encontrarme con un ejemplar de Milagro en los Andes en inglés sobre la mesa del comedor. Mientras lo miraba de reojo, secretamente odiando la forma en que Parrado sigue lucrando de la desgracia, mi viejo se acercó y me mostró una de las primeras páginas. Ahí, sobre una foto del equipo del Old Christians en blanco y negro estaba el autógrafo de Nando Parrado.

Molesta por el acto de cholulez, tomé el libro y me senté a leer, dispuesta a encontrarle cualquier cosa que mereciera un comentario ácido. Cuatro horas más tarde, lo terminé; en solamente esas cuatro horas mi opinión sobre Parrado dio un giro de 180 grados.

Básicamente, Milagro en los Andes es un efectivo libro de auto-ayuda disfrazado de recuento autobiográfico. Parrado recuerda el antes, durante y después de un accidente que los uruguayos conocemos más que bien. Pero no se queda ahí. De cada hecho, situación, sentimiento y acción, saca sus propias reflexiones, argumenta sus propias creencias y justifica la publicación de 'un libro más sobre el accidente de los Andes', en un epílogo que no tuve más remedio que leer. Es que, entre lecciones tan simples pero fácilmente olvidadas y hasta, a veces, borderline chongas ('lo opuesto a la muerte no es la vida, sino el amor') no pude dejar el libro ni medio segundo.

Como es de esperarse, también habla de la esperanza, o mejor dicho, de la falta de la misma y, sobretodo, del peligro que se encuentra escondido en algunas esperanzas. No todas las esperanzas son buenas: aquellas que solamente terminan en la pasividad de quien las padece no hacen más que perjudicar. Así, lo último que se pierde no es siempre la esperanza. A veces, puede ser la vida misma (por más esperanzado que se esté).

El libro termina ratificando la misma lección hecha mito que muchas películas pedorras de Hollywood han intentando ametrallarnos en la cabeza: la vida es corta. Hay que aprovecharla. Hay que buscar lo que uno quiere, hay que jugársela para poder ser exitoso y hay que seguir a aquellas esperanzas que deriven en un plan de acción. Sentarse a esperar no es una solución. Mientras no se pueda hacer nada, mientras no haya plan de acción que concuerde con determinada esperanza, se puede ir persiguiendo otras. Y así, sucesivamente, cada una de aquellas esperanzas que valen la pena se irán convirtiendo en hechos.

Aún así – y aunque posiblemente no haya sido la intención del autor – mi reflexión favorita es aquella en donde Parrado encuentra que, a veces, no es necesario entenderlo todo. Hay quienes se obsesionan tanto con saber y comprender que se descarrilan sin darse cuenta. Obviamente, me incluyo. Hay cosas que uno nunca va a saber y hay otras que, sinceramente, es mejor que no las sepa. Y hay muchas cosas más que uno nunca va a poder entender.

Lamentablemente, no controlamos ni los acontecimientos de nuestras vidas ni aquellos pertenecientes a las vidas de los demás. Si, sucesivamente, nos detenemos en aquello que no entendemos, vamos a terminar en un pit stop eterno. Preguntar está bien, buscar explicaciones y soluciones también. Pero colgarse, no. (Es más, tómenlo como ejemplo y no se cuelguen a preguntarme por qué volví a postear.)

En fin, cómprense el libro, pídanlo prestado, sáquenlo de alguna biblioteca sin burocracia. No sé, léanlo. Es ideal para leerlo ahora, cuando ni siquiera le dimos tiempo al 2008 de generar los suficientes acontecimientos para volvernos cínicos. Hay mucho más en sus páginas que lo que uno espera.

Por mi parte, feliz 2008 atrasado. Espero que el nuevo año los vea concretar todas sus esperanzas (y que yo deje de ser tan terrajamente sentimental). Salud.
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