El siguiente es un borrador de mi charla para TEDx el año que viene. No porque vaya a hablar, pero una siempre tiene que estar preparada. Pensé abordar el tema de la misma forma que quienes suelen hablar ahí: hablar de un problema debilitante de mi vida, cómo lo superé y sacar de eso algún consejo genérico para la muchachada que los haga sentir bien a pesar de haberse prostituido por una entrada.
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Cuando yo tenía siete años o capaz menos, la pediatra que me atendía hizo unos numeritos en su calculadora y lo que descubrió fue tan impactante que en seguida llamó a mi mamá. "Cuchame, Moira," le dijo. "Cuchame: tu hija cuando tenga 18 años va a medir 1 metro 80 y pesar 50 kilos. ¡Cuerpito de modelo!"
Seguramente en ese momento, mi vieja se tranquilizó, se sirvió una copita de vino, se sentó y se sonrío a sí misma. "Estas son buenas noticias", pensó. "Al menos si no me sale inteligente, me va a salir flaca". Porque todas las madres desean que sus hijos sean inteligentes y esbeltos.
Bueno, aquí me ven. (Ese es el remate del chiste).
Lo que me molesta del incumplimiento de la profecía no es necesariamente que lo más flaca que estuve en mi vida fue a los 60 kilos (y tenía venintitantos) ni que me quedé a cinco centímetros de la altura estipulada (ya bastante problema tengo con los altos que prefieren a las petizas, ni entremos en ese tema). El problema es que la pediatra se olvidó de medir una cosa. Y esa cosa es hasta más importante que el peso, la altura, la fineza, el trabajo y la legalización de la marihuana.
La conchuda se olvidó de pronosticar cuánto me crecería la nariz.
"Ay, pobre Tefa, fijate, heredó una mezcla de nariz de su abuela inglesa y de mi familia", decía mi vieja. Para que se hagan una idea, las mujeres de la familia de mi vieja suelen tener narices súper fuertes con jorobas, donde guardan el glamour por las dudas de encontrarse en un desierto de cantes. Mi abuela inglesa tiene nariz-gancho, como los griegos y las águilas.
De chica, tenía pavor que los demás nenes se convirtieran en inteligentes, sumaran uno más uno después de ver Pinocho y me acusaran de ser terrible mentirosa. Cuando era adolescente -qué asco la palabra adolescente, es re de empleado público- leí en una nota de una revista de esas huecas que las narices estilo tucán demuestran que quienes las portan tienen una gran personalidad. Me gustó mucho hasta que me di cuenta que evidentemente hay que cultivar una gran personalidad cuando tenés un pendorcho que te cuelga de entre los ojos en todo momento.
Siempre tuve problemas para encontrar lentes de sol que me quedaran bien y no me hicieran parecer una avestruz. Tengo estudiado exactamente cómo mirar a la cámara para evitar ser etiquetada en Facebook en 3D. Encima, yo sí creo que mi nariz grande me hace más sensible a los olores. Pregúntelen a cualquiera que haya salido conmigo. La frase que siempre temen no es "tenemos que hablar" sino "¿qué mierda comiste hoy hijo de puta?".
Pobre mi vieja. Además de ser la oveja negra de la familia, le salí narigona y no-modelo. Al menos te prometo, mamá, que a veces soy inteligente. Y además, soy la persona de nariz grande más linda del condado. Te lo prometo.
CARPE DIEM, CHICOS.
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Momentos de la vida en que es bueno no pensar demasiado
sábado, mayo 19, 2012
- Cuando vas a un telo. No te pongas a pensar quién estuvo antes. Quién cambió las sábanas. Si cambiaron las sábanas. Si echaron agua jane en todo el establecimiento, fregaron, lo inundaron en nafta y lo quemaron para después construirlo de vuelta y abrirlo para esperar a los huéspedes del próximo turno.
- Cuando estás en un boliche y todos están mamados. No te pongas a pensar si ese con cara de triste recién dejó con la novia, si esa vomitando atrás del auto está compensando porque siente que no la quiere nadie ni si el mozo se lavó las manos después de ir al baño y antes de destaparte la botellita twist-off, la cual te entrega con una ebria sonrisa. Hay una razón por la cual en nuestra evolución como seres humanos ahora nos emborrachamos en nuestras casas (la conocida previa) y vamos ya borrachos a estos establecimientos.
- Cuando estás enfermo. No pienses si el resfrío tendrá que ver con el pelo encarnado que te salió en la teta, si el hecho de que estás meando cinco veces más al día estará relacionado con el dolor de espalda (y no el hecho de que estás tomando diez litros de mate para mantenerte despierto, aunque si lo pensás, capaz que el estar tan cansado tiene que ver con la uña encarnada del pie derecho que te salió justo después de empezar a tomar el antibiótico para curar el resfrío) y, hagas lo que hagas, no busques los síntomas en internet. Siempre te da que es cáncer.
- Cuando te gusta alguien que ya reiteradamente te ha dicho que no está interesado. "Pero fijate, ahora sacó las fotos de la ex de su Facebook y está posteando frases de Arjona". Está pronto para coger y busca idiotas. "Pero no, fijate, en Twitter puso que es un #foreveralone y dijo que está deprimido y que está lloviendo y que quiere hacer cucharita". Este sábado va al Rodó. "Pero no, boluda, salió que en Netflix estaba mirando Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos y vos fijate que es mi película favorita y es como un mensaje, porque no se anima a decirme que cambió y que ahora sí quiere estar conmigo". Consiguió que la huequita fan de Arjona que se levantó en el Rodó vaya a la casa "a mirar una peli" y puso la más de minita que encontró. Gracias, vos, por pasarle la sugerencia.
- Cuando estás gastando demasiado en una única prenda de ropa. En realidad esto es un consejo pésimo, pero necesito sentirme mejor conmigo misma y no me miren así, no me juzguen, necesito sentirme linda, NECESITO AMOR, POR QUÉ NO ME QUIEREN. Putos.
- Cuando hace décadas que no actualizás el blog. Chau.
Razonamientos impopulares
miércoles, julio 30, 2008
La población uruguaya es muy orwelliana. No tengo idea qué quiere decir orwelliana, pero como creo que quien dijo por la radio hace chiquisientos años de que los aliens nos invadían y causó que la gente se suicide en masa fue un tal Orson Welles, elijo esa palabra.
(Antes de sorprenderse con mi ignorancia, sepan que el día en que la policía uruguaya reine Uruguay bajo un régimen pseudo-comunista también voy a llamar a la población uruguaya orwelliana.) (Qué buen post, tiene un chiste de chanchos y todo.)
En fin, lo que quiero decir es que a la población uruguaya le encanta entrar en pánico y proclamar el apocalípsis de la sociedad tal y como la conocemos. Supongo que ante la falta de verdadera diversión, no nos queda otra. Los mejicanos tienen a los dramas de las telenovelas donde Jorge Luis Osvaldo Veracruz Santalaolla le comunica a Rosaura María del Carmen Consuelo Benedetto que en realidad se acostó con su perro. Los argentinos tienen otros dramas televisivos que suelen pulular en torno a las figuras de la Tota Santillán, Carmen Barbieri y Mónica Farro. Los colombianos tienen dramas reales, donde la gente desaparece y sólo aparecen personas que, de tan insoportables que son, uno irrevocablemente quiere devolverlos a la jungla Farqueña (sí, Ingrid, te hablo a vos.)
En Uruguay, tenemos a la realidad. Tal como nene que a falta de Barbies y Playstation debe satisfacer su necesidad lúdica con una caja de cartón y su imaginación, en Uruguay nos dan una realidad banal en silla de ruedas y la convertimos en un ferrocarril expreso de esos súper rápidos que se transportan sobre un palo de metal y que muchos de nosotros conocimos a través de la enciclopedia británica. No estoy exagerando. Bueno, quizás un poco. Soy uruguaya.
El tema es que a veces que me pongo a pensar. Y hay veces en que pienso las cosas de tal manera que no comprendo por qué la gente se arma tanto lío y drama sobre determinadas cosas. Quizás existan otros uruguayos como yo que van a leer esto y van a entender por donde vengo. Quizás sea sólo un tema de que le estoy ofreciendo mis opiniones al entorno equivocado. Quizás esté loca y me caguen a puteadas por siquiera plantear lo siguiente. O quizás realmente sea un problema cultural.
En fin, cosas que sí ameritarían un apocalipsis:
Cosas que no ameritan un apocalípsis:
Las cosas podrían ser tan simples si las personas pensaran un poquito más como yo. Bua, simples para mí, se entiende. Después de todo, eso es lo que importa.
Aviso comunitario: únanse a la página de Catatonias en facebook a través del pequeño banner ahí arriba a la derecha. También, si quieren, envíen un pequeño email describiendo cómo Catatonias les cambió la vida a catatonias@gmail.com. Los emails ganadores serán publicados en la página y le demostrarán a Sedal que hay mejores cosas que el shampoo para cambiar vidas. ¡Gracias!
(Antes de sorprenderse con mi ignorancia, sepan que el día en que la policía uruguaya reine Uruguay bajo un régimen pseudo-comunista también voy a llamar a la población uruguaya orwelliana.) (Qué buen post, tiene un chiste de chanchos y todo.)
En fin, lo que quiero decir es que a la población uruguaya le encanta entrar en pánico y proclamar el apocalípsis de la sociedad tal y como la conocemos. Supongo que ante la falta de verdadera diversión, no nos queda otra. Los mejicanos tienen a los dramas de las telenovelas donde Jorge Luis Osvaldo Veracruz Santalaolla le comunica a Rosaura María del Carmen Consuelo Benedetto que en realidad se acostó con su perro. Los argentinos tienen otros dramas televisivos que suelen pulular en torno a las figuras de la Tota Santillán, Carmen Barbieri y Mónica Farro. Los colombianos tienen dramas reales, donde la gente desaparece y sólo aparecen personas que, de tan insoportables que son, uno irrevocablemente quiere devolverlos a la jungla Farqueña (sí, Ingrid, te hablo a vos.)
En Uruguay, tenemos a la realidad. Tal como nene que a falta de Barbies y Playstation debe satisfacer su necesidad lúdica con una caja de cartón y su imaginación, en Uruguay nos dan una realidad banal en silla de ruedas y la convertimos en un ferrocarril expreso de esos súper rápidos que se transportan sobre un palo de metal y que muchos de nosotros conocimos a través de la enciclopedia británica. No estoy exagerando. Bueno, quizás un poco. Soy uruguaya.
El tema es que a veces que me pongo a pensar. Y hay veces en que pienso las cosas de tal manera que no comprendo por qué la gente se arma tanto lío y drama sobre determinadas cosas. Quizás existan otros uruguayos como yo que van a leer esto y van a entender por donde vengo. Quizás sea sólo un tema de que le estoy ofreciendo mis opiniones al entorno equivocado. Quizás esté loca y me caguen a puteadas por siquiera plantear lo siguiente. O quizás realmente sea un problema cultural.
En fin, cosas que sí ameritarían un apocalipsis:
- Que Zara no haga más liquidaciones.
- Que dejen de fabricar Danettes de chocolate o el queso Philadelphia.
- Que los que distribuyen la Coca Light estén de paro.
- Que no se consiga más cappuccino de Nescafe. Tienda Inglesa, no me hagas eso de vuelta, por favor.
- Que la gente se muera de hambre en África.
- Bush.
- Que sigan pasando los avisos de las pastillas Yaz.
Cosas que no ameritan un apocalípsis:
- Que suban las multas. Hoy me llegó un mail que dice, en rasgos generales, ‘Oh Margot, suben las multas, se viene otro IRPF’. No, gente, no. Se multa porque está MAL hacerlo. No tendrían que preocuparse ‘fua, ahora tengo que pagar más’, sino que deberían decir ‘no lo hago más’.
- Que salga el Frente de nuevo. Perdonen, chicos, yo tampoco estoy copadísima con que salga el Frente. Pero ¿cuál es la alternativa? ¿Bordaberry? ¿Lacalle? Are you fucking kidding me?
- Las papeleras. Llego tarde al carro, pero… ponele que, en una de esas, las papeleras contaminen. Ponele que también generen pila de plata. Ponele que sigamos el ejemplo del primer mundo y en 10 años gastemos una parte de esa plata en solucionar la contaminación. Es como si la gente se olvidara de la Revolución Industrial, Erin Brokovich y la historia de la humanidad.
- Que Marcela Kloosterboer no pueda reparar sus cabellos con Pantene.
Las cosas podrían ser tan simples si las personas pensaran un poquito más como yo. Bua, simples para mí, se entiende. Después de todo, eso es lo que importa.
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Aviso comunitario: únanse a la página de Catatonias en facebook a través del pequeño banner ahí arriba a la derecha. También, si quieren, envíen un pequeño email describiendo cómo Catatonias les cambió la vida a catatonias@gmail.com. Los emails ganadores serán publicados en la página y le demostrarán a Sedal que hay mejores cosas que el shampoo para cambiar vidas. ¡Gracias!
What a Wonderful World
jueves, enero 24, 2008
En tercero o cuarto de liceo tuvimos una clase que se llamaba Orientación Vocacional. Ah, Orientación Vocacional. Supongo que todo el mundo tuvo algo parecido en algún momento de sus vidas, ya sea en formato clase, visita al psicólogo o charla extraña con los padres que, ante la falta de carrera tradicionalmente seguida por la familia, intentan convencernos que Administración de Empresas sirve de algo (sin ánimos de ofender, claro; estudié Periodismo, no soy nadie para juzgar).
Recuerdo que Orientación Vocacional estaba buenísimo porque todo lo que hacías era llenar formularios y elegir entre a, b o c. A veces hasta había una d y todo. Créanlo o no, me encantan los tests y más me fascina rellenar formularios. Ante una separación dolorosa de índole amoroso, la mayoría de las mortales tienden a consumir grandes cantidades de helado y/o alcohol mientras miran películas pedorras y sus amigas les roban el celular para no poder llamar y/o mandar mensajes de texto una vez llegado al estado borroso que se desea. Algunas, inclusive, descubren lo que es estar a un paso del clearing después de pasarse una tarde comprándose ropa. Yo no. Yo me abro una cuenta paga en Tickle.
En fin, Orientación Vocacional también me encantaba. Me acuerdo que la última pregunta del último test tímidamente preguntaba: "¿Ya tienes una carrera elegida? ¿En ese caso, hacia cuál se inclinan tus moderadas sospechas tanteadoras que te hacen pensar que, quizás, ese sea el futuro a seguir?". Estoy parafraseando, pero más o menos era así. Yo quería ser arquitecta, psicóloga y actriz, pero mi amiga Mariale me había hablado sobre esta increíble nueva carrera escondida llamada Ciencias de la Comunicación donde podías escribir y filmar y, si tenías suerte, hablar por la radio. Sin dudarlo, tomé la lapicera negra y escribí, justo sobre la rayita negra: 'Comunicación'.
A fin de año te entregaban un sobrecito sellado con tu nombre y los resultados adentro. Sí, como leyeron, dirigido a tu persona. No a tus padres. Hasta te sentías grande y todo, como cuando venía Martinelli a cobrar y estaba tu nombre en la factura y te ponías todo contento (hasta que te dabas cuenta qué eran lo que estaban cobrando) o el mismo sentimiento que tener tu propia tarjeta de Blockbuster y prestársela a tus hermanos menores (hasta que un día ibas medio de canuto a alquilarte '10 cosas que odio sobre ti' sin que nadie te viera y te cobraban disparates por moras ajenas).
Adentro del sobre, tu futuro. Yo tenía 20/20 puntos en inclinaciones artísticas. Y 16/20 en inclinaciones persuasivas. ¡Salado! Nunca supe muy bien qué quería decir eso, pero, en la parte inferior de la hoja me sugerían que lo mío era la Comunicación. ¡Qué coincidencia!
Claro que nunca me dijeron qué cosa dentro de la Comunicación era lo mío pero no nos concentremos en nimiedades. Mi tema es que, realmente, a pasos de recibirme de Licenciada en Comunicación Social, me doy cuenta que esos tests me mintieron. Comunicación está bueno y me fue súper bien – por lo que obviamente me gusta – pero descubrí tres carreras muchísimo mejores.
Por ejemplo, podría estar a punto de recibirme de Gorda en Inglaterra. Cierto, es una carrera alternativa y aparentemente complementaria a alguna otra, pero siempre se puede vender cosas por e-bay y después recibir el bono del estado. Y si este sólo se resume a tickets alimentación, bueno... digamos que hay mercados negros para todo.
Si buscara algo más rentable podría estar a punto de recibirme de Idiota en el estado americano de Georgia. Aparentemente, lo único que necesito hacer es obtener resultados mediocres en exámenes y escritos como para que me consideren candidata a tomar clases de apoyo. Por cada hora de clase adicional, la escuela me paga ocho dólares. Luego de 15 semanas, si obtengo una calificación de B o más, me pagan un bono de 125 dólares. Según mis cálculos, necesito seis clases para llegar a ganar 18,000 pesos uruguayos sólo en bonos.
¿Les parece poco? Bueno, podría ser más ambiciosa y recibirme de Mesa de Sushi Humana en Los Ángeles. Básicamente, me saco la ropa, me acuesto sobre una tabla y me utilizan para apoyar el sushi. Acto seguido, los invitados a la fiesta toman el sushi sobre mi cuerpo y se lo comen, ignorando mi presencia. Al final de la noche, cobro mis 450 dólares por hora y me voy a mi casa. Cierto, tendría que estar en mejor forma que ahora para poder ser considerada, pero convengamos que si en el liceo me hubieran avisado que este trabajo existía, hubiese invertido los cuatro años de facultad en dietas y gimnasia.
Mepa que me curreraron un poquito. Y para que no les pase lo mismo a ustedes, confeccioné un pequeñísimo test vocacional que les dirá, exactamente, que tendrían que haber hecho ustedes con sus vidas. Vamos, háganlo. Se van a sorprender (o no. Y perdón por la falta de tildes, eñes, ¡s y ¿s. El sitio es gringo y los convertía en jeroglíficos.)
Recuerdo que Orientación Vocacional estaba buenísimo porque todo lo que hacías era llenar formularios y elegir entre a, b o c. A veces hasta había una d y todo. Créanlo o no, me encantan los tests y más me fascina rellenar formularios. Ante una separación dolorosa de índole amoroso, la mayoría de las mortales tienden a consumir grandes cantidades de helado y/o alcohol mientras miran películas pedorras y sus amigas les roban el celular para no poder llamar y/o mandar mensajes de texto una vez llegado al estado borroso que se desea. Algunas, inclusive, descubren lo que es estar a un paso del clearing después de pasarse una tarde comprándose ropa. Yo no. Yo me abro una cuenta paga en Tickle.
En fin, Orientación Vocacional también me encantaba. Me acuerdo que la última pregunta del último test tímidamente preguntaba: "¿Ya tienes una carrera elegida? ¿En ese caso, hacia cuál se inclinan tus moderadas sospechas tanteadoras que te hacen pensar que, quizás, ese sea el futuro a seguir?". Estoy parafraseando, pero más o menos era así. Yo quería ser arquitecta, psicóloga y actriz, pero mi amiga Mariale me había hablado sobre esta increíble nueva carrera escondida llamada Ciencias de la Comunicación donde podías escribir y filmar y, si tenías suerte, hablar por la radio. Sin dudarlo, tomé la lapicera negra y escribí, justo sobre la rayita negra: 'Comunicación'.
A fin de año te entregaban un sobrecito sellado con tu nombre y los resultados adentro. Sí, como leyeron, dirigido a tu persona. No a tus padres. Hasta te sentías grande y todo, como cuando venía Martinelli a cobrar y estaba tu nombre en la factura y te ponías todo contento (hasta que te dabas cuenta qué eran lo que estaban cobrando) o el mismo sentimiento que tener tu propia tarjeta de Blockbuster y prestársela a tus hermanos menores (hasta que un día ibas medio de canuto a alquilarte '10 cosas que odio sobre ti' sin que nadie te viera y te cobraban disparates por moras ajenas).
Adentro del sobre, tu futuro. Yo tenía 20/20 puntos en inclinaciones artísticas. Y 16/20 en inclinaciones persuasivas. ¡Salado! Nunca supe muy bien qué quería decir eso, pero, en la parte inferior de la hoja me sugerían que lo mío era la Comunicación. ¡Qué coincidencia!
Claro que nunca me dijeron qué cosa dentro de la Comunicación era lo mío pero no nos concentremos en nimiedades. Mi tema es que, realmente, a pasos de recibirme de Licenciada en Comunicación Social, me doy cuenta que esos tests me mintieron. Comunicación está bueno y me fue súper bien – por lo que obviamente me gusta – pero descubrí tres carreras muchísimo mejores.
Por ejemplo, podría estar a punto de recibirme de Gorda en Inglaterra. Cierto, es una carrera alternativa y aparentemente complementaria a alguna otra, pero siempre se puede vender cosas por e-bay y después recibir el bono del estado. Y si este sólo se resume a tickets alimentación, bueno... digamos que hay mercados negros para todo.
Si buscara algo más rentable podría estar a punto de recibirme de Idiota en el estado americano de Georgia. Aparentemente, lo único que necesito hacer es obtener resultados mediocres en exámenes y escritos como para que me consideren candidata a tomar clases de apoyo. Por cada hora de clase adicional, la escuela me paga ocho dólares. Luego de 15 semanas, si obtengo una calificación de B o más, me pagan un bono de 125 dólares. Según mis cálculos, necesito seis clases para llegar a ganar 18,000 pesos uruguayos sólo en bonos.
¿Les parece poco? Bueno, podría ser más ambiciosa y recibirme de Mesa de Sushi Humana en Los Ángeles. Básicamente, me saco la ropa, me acuesto sobre una tabla y me utilizan para apoyar el sushi. Acto seguido, los invitados a la fiesta toman el sushi sobre mi cuerpo y se lo comen, ignorando mi presencia. Al final de la noche, cobro mis 450 dólares por hora y me voy a mi casa. Cierto, tendría que estar en mejor forma que ahora para poder ser considerada, pero convengamos que si en el liceo me hubieran avisado que este trabajo existía, hubiese invertido los cuatro años de facultad en dietas y gimnasia.
Mepa que me curreraron un poquito. Y para que no les pase lo mismo a ustedes, confeccioné un pequeñísimo test vocacional que les dirá, exactamente, que tendrían que haber hecho ustedes con sus vidas. Vamos, háganlo. Se van a sorprender (o no. Y perdón por la falta de tildes, eñes, ¡s y ¿s. El sitio es gringo y los convertía en jeroglíficos.)
Epilogando
viernes, enero 11, 2008
Tengo una amiga cuyo mensaje personal de MSN dice lo siguiente: 'La esperanza es lo último que se pierde!! La esperanza es lo último que se pierde!!!'. Repetir un cliché – que siempre consideré muy cierto – y repartir cinco signos de exclamación de manera casi aleatoria entre las dos frases nunca sonó tan desesperado.
Supongo que todos tenemos esperanzas distintas. Y estoy segura que muchas son sumamente triviales. La desesperación de aferrarse a la esperanza es algo que, lamentablemente, conozco bastante bien. Por suerte, nunca fui decepcionada: siempre encontré un Plan B u otra puertita escondida que podía abrir. Y, en las más últimas, ahí donde se sabe que el destino está completamente fregado, siempre fui de intentar quedarme con el gusto amargo de encontrarle el lado positivo y aferrarme a eso, a un consuelo de tontos que nunca me falló.
Una de estas mañanas que recién pasaron, bajé semi-dormida de mi cuarto para encontrarme con un ejemplar de Milagro en los Andes en inglés sobre la mesa del comedor. Mientras lo miraba de reojo, secretamente odiando la forma en que Parrado sigue lucrando de la desgracia, mi viejo se acercó y me mostró una de las primeras páginas. Ahí, sobre una foto del equipo del Old Christians en blanco y negro estaba el autógrafo de Nando Parrado.
Molesta por el acto de cholulez, tomé el libro y me senté a leer, dispuesta a encontrarle cualquier cosa que mereciera un comentario ácido. Cuatro horas más tarde, lo terminé; en solamente esas cuatro horas mi opinión sobre Parrado dio un giro de 180 grados.
Básicamente, Milagro en los Andes es un efectivo libro de auto-ayuda disfrazado de recuento autobiográfico. Parrado recuerda el antes, durante y después de un accidente que los uruguayos conocemos más que bien. Pero no se queda ahí. De cada hecho, situación, sentimiento y acción, saca sus propias reflexiones, argumenta sus propias creencias y justifica la publicación de 'un libro más sobre el accidente de los Andes', en un epílogo que no tuve más remedio que leer. Es que, entre lecciones tan simples pero fácilmente olvidadas y hasta, a veces, borderline chongas ('lo opuesto a la muerte no es la vida, sino el amor') no pude dejar el libro ni medio segundo.
Como es de esperarse, también habla de la esperanza, o mejor dicho, de la falta de la misma y, sobretodo, del peligro que se encuentra escondido en algunas esperanzas. No todas las esperanzas son buenas: aquellas que solamente terminan en la pasividad de quien las padece no hacen más que perjudicar. Así, lo último que se pierde no es siempre la esperanza. A veces, puede ser la vida misma (por más esperanzado que se esté).
El libro termina ratificando la misma lección hecha mito que muchas películas pedorras de Hollywood han intentando ametrallarnos en la cabeza: la vida es corta. Hay que aprovecharla. Hay que buscar lo que uno quiere, hay que jugársela para poder ser exitoso y hay que seguir a aquellas esperanzas que deriven en un plan de acción. Sentarse a esperar no es una solución. Mientras no se pueda hacer nada, mientras no haya plan de acción que concuerde con determinada esperanza, se puede ir persiguiendo otras. Y así, sucesivamente, cada una de aquellas esperanzas que valen la pena se irán convirtiendo en hechos.
Aún así – y aunque posiblemente no haya sido la intención del autor – mi reflexión favorita es aquella en donde Parrado encuentra que, a veces, no es necesario entenderlo todo. Hay quienes se obsesionan tanto con saber y comprender que se descarrilan sin darse cuenta. Obviamente, me incluyo. Hay cosas que uno nunca va a saber y hay otras que, sinceramente, es mejor que no las sepa. Y hay muchas cosas más que uno nunca va a poder entender.
Lamentablemente, no controlamos ni los acontecimientos de nuestras vidas ni aquellos pertenecientes a las vidas de los demás. Si, sucesivamente, nos detenemos en aquello que no entendemos, vamos a terminar en un pit stop eterno. Preguntar está bien, buscar explicaciones y soluciones también. Pero colgarse, no. (Es más, tómenlo como ejemplo y no se cuelguen a preguntarme por qué volví a postear.)
En fin, cómprense el libro, pídanlo prestado, sáquenlo de alguna biblioteca sin burocracia. No sé, léanlo. Es ideal para leerlo ahora, cuando ni siquiera le dimos tiempo al 2008 de generar los suficientes acontecimientos para volvernos cínicos. Hay mucho más en sus páginas que lo que uno espera.
Por mi parte, feliz 2008 atrasado. Espero que el nuevo año los vea concretar todas sus esperanzas (y que yo deje de ser tan terrajamente sentimental). Salud.
Supongo que todos tenemos esperanzas distintas. Y estoy segura que muchas son sumamente triviales. La desesperación de aferrarse a la esperanza es algo que, lamentablemente, conozco bastante bien. Por suerte, nunca fui decepcionada: siempre encontré un Plan B u otra puertita escondida que podía abrir. Y, en las más últimas, ahí donde se sabe que el destino está completamente fregado, siempre fui de intentar quedarme con el gusto amargo de encontrarle el lado positivo y aferrarme a eso, a un consuelo de tontos que nunca me falló.
Una de estas mañanas que recién pasaron, bajé semi-dormida de mi cuarto para encontrarme con un ejemplar de Milagro en los Andes en inglés sobre la mesa del comedor. Mientras lo miraba de reojo, secretamente odiando la forma en que Parrado sigue lucrando de la desgracia, mi viejo se acercó y me mostró una de las primeras páginas. Ahí, sobre una foto del equipo del Old Christians en blanco y negro estaba el autógrafo de Nando Parrado.
Molesta por el acto de cholulez, tomé el libro y me senté a leer, dispuesta a encontrarle cualquier cosa que mereciera un comentario ácido. Cuatro horas más tarde, lo terminé; en solamente esas cuatro horas mi opinión sobre Parrado dio un giro de 180 grados.
Básicamente, Milagro en los Andes es un efectivo libro de auto-ayuda disfrazado de recuento autobiográfico. Parrado recuerda el antes, durante y después de un accidente que los uruguayos conocemos más que bien. Pero no se queda ahí. De cada hecho, situación, sentimiento y acción, saca sus propias reflexiones, argumenta sus propias creencias y justifica la publicación de 'un libro más sobre el accidente de los Andes', en un epílogo que no tuve más remedio que leer. Es que, entre lecciones tan simples pero fácilmente olvidadas y hasta, a veces, borderline chongas ('lo opuesto a la muerte no es la vida, sino el amor') no pude dejar el libro ni medio segundo.
Como es de esperarse, también habla de la esperanza, o mejor dicho, de la falta de la misma y, sobretodo, del peligro que se encuentra escondido en algunas esperanzas. No todas las esperanzas son buenas: aquellas que solamente terminan en la pasividad de quien las padece no hacen más que perjudicar. Así, lo último que se pierde no es siempre la esperanza. A veces, puede ser la vida misma (por más esperanzado que se esté).
El libro termina ratificando la misma lección hecha mito que muchas películas pedorras de Hollywood han intentando ametrallarnos en la cabeza: la vida es corta. Hay que aprovecharla. Hay que buscar lo que uno quiere, hay que jugársela para poder ser exitoso y hay que seguir a aquellas esperanzas que deriven en un plan de acción. Sentarse a esperar no es una solución. Mientras no se pueda hacer nada, mientras no haya plan de acción que concuerde con determinada esperanza, se puede ir persiguiendo otras. Y así, sucesivamente, cada una de aquellas esperanzas que valen la pena se irán convirtiendo en hechos.
Aún así – y aunque posiblemente no haya sido la intención del autor – mi reflexión favorita es aquella en donde Parrado encuentra que, a veces, no es necesario entenderlo todo. Hay quienes se obsesionan tanto con saber y comprender que se descarrilan sin darse cuenta. Obviamente, me incluyo. Hay cosas que uno nunca va a saber y hay otras que, sinceramente, es mejor que no las sepa. Y hay muchas cosas más que uno nunca va a poder entender.
Lamentablemente, no controlamos ni los acontecimientos de nuestras vidas ni aquellos pertenecientes a las vidas de los demás. Si, sucesivamente, nos detenemos en aquello que no entendemos, vamos a terminar en un pit stop eterno. Preguntar está bien, buscar explicaciones y soluciones también. Pero colgarse, no. (Es más, tómenlo como ejemplo y no se cuelguen a preguntarme por qué volví a postear.)
En fin, cómprense el libro, pídanlo prestado, sáquenlo de alguna biblioteca sin burocracia. No sé, léanlo. Es ideal para leerlo ahora, cuando ni siquiera le dimos tiempo al 2008 de generar los suficientes acontecimientos para volvernos cínicos. Hay mucho más en sus páginas que lo que uno espera.
Por mi parte, feliz 2008 atrasado. Espero que el nuevo año los vea concretar todas sus esperanzas (y que yo deje de ser tan terrajamente sentimental). Salud.
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